lunes, 19 de septiembre de 2011

Cuento

Ante las infinitas posibilidades de crear colores, el pintor se rindió. ¿Cómo podría encontrar el tono perfecto para expresarse? ¿Valía la pena pasar por los tormentos inspiracionales si a la hora de la verdad por más negro que agregara a la mezcla seguiría siendo demasiado clara? Optó por dejar el lienzo en blanco. Intentaría algo más.
Pasó horas pensando en qué escribiría. Un poema. Leyó durante meses. Devoraba libro tras libro intentando encontrar la palabra adecuada para describir lo que sentía. Al final, incluso leyó diccionarios enteros. Pero no. Al parecer no existía la forma de nombrar esa sensación.
Se sintió enajenado, por lo que optó por encontrar a alguien con quien compartir su carga. Pero nadie lo entendía. Había quien fingía seguirle la corriente, pero él sabía que nadie conocía lo que él vivía.
El sentimiento fue creciendo, hasta que el mundo de nuestro personaje se convirtió en Eso. Eso, indescriptible que ahora era lo único que tenía sentido para él. Llegó al punto en el que era igual estar despierto que dormido porque sentía lo mismo.
Una mañana, al borde de la locura, salió corriendo de su casa. Tomó camiones, corrió, caminó y manejó hasta encontrarse en el interior de un museo. De pronto todo tuvo sentido: No había un cuadro que no expresara Eso, una conversación que no tratara de Eso, un anuncio que no manifestara Eso, un libro que no estuviera impregnado de Eso.
Entendió, no se trataba de el color, la palabra o la persona perfecta. Se trataba de pintar, escribir y hablar.

2 comentarios:

Pia dijo...

Ufff, creo que cualquiera que lo haya intentado se identifica con eso. A veces creo que no es una palabra sino la combinación perfecta.

Andrea Alzati dijo...

todo está lleno de Eso
o lo que es lo mismo
Eso llena todo